EL MITO DEL INFILTRADO EN EL MOVIMIENTO MAPUCHE

* Articulo publicado el año 2001.
** Fabien Le Bonniec,  Dr. Antropologia y Dr. en Etnohistoria. Investigador del la UCT. Miembro equipo El Primer extrajero "infiltrado entre los mapuche" CIDSUR.

En primer lugar, cabe señalar que la opción de este presente tema no es una casualidad. Como investigador extranjero interesado en la problemática Mapuche, el autor de esta editorial en varias ocasiones ha sido  objeto de bromas relacionadas al tema durante sus pasos en comunidades. Las portadas de varios diarios y las recientes intervenciones de parlamentarios de derecha y dirigentes de agrupaciones empresariales sobre la presunta presencia de «infiltrados» en los conflictos actuales entran en el marco de una actitud tradicional de la clase política chilena. Según la perspectiva paternalista y asimilacionalista de ésta, el Mapuche recuperando su tierra estaría manipulado por grupos ajenos con intereses anti-chilenos; desarrollando un ambiente conflictivo dentro de la población del sur del país. La reciente encuesta publicada por el diario La Tercera (5 de febrero 2001) tiende a pensar que el mito del infiltrado se ha transformado en una realidad según 64% de los chilenos. Uno de los grandes desafíos del movimiento Mapuche actual reside ciertamente en su capacidad a invertir la imagen asociada al mito del infiltrado, e imponerse como un actor indígena autónomo al nivel nacional y internacional.

El poder del mito es justamente su capacidad a hacer creer real hechos ficticios. En este caso esta alimentado por el Estado y los grandes grupos económicos controlando los medios de comunicaciones quienes tienen claramente intereses en desprestigiar las reivindicaciones de las comunidades Mapuche. No se puede negar que tales rumores han mantenido últimamente un tenso estado de temores y inseguridad en el sur del país, lo que facilitó y motivó las represiones policiales y la aplicación de la ley de seguridad Interior del Estado. En tal contexto y 108 años después la dicha «Pacificación de la Araucanía», se puede entender el escepticismo de las comunidades Mapuche ante las propuestas de resolución «pacifica» del conflicto de parte del Estado.

El motivo de este presente no es demostrar el carácter verdadero o falso de la existencia de infiltrados en el movimiento Mapuche, pero desenmascarar los propósitos de tales discursos generados por el Estado y sus agentes, y abrir otra mirada acerca de la actualidad desde la perspectiva y la lógica indígena (al menos intentaremos).

Orelie Antoine de Tounens: primer infiltrado en el territorio Mapuche ?

La lectura de documentos (diarios, crónicas…) del comienzo del siglo pasado (XX°) puede aveces parecer como muy parecida a la actualidad: clima de inseguridad, dueños de sociedades colonizadoras (a capital extranjero) quejándose de la arrogancia y la actitud beligerante de la población Mapuche vecina, la subsistencia de «practicas ancestrales» (sic.) tales los malones… Durante la época «post-pacificación» (otra vez recordamos que la dicha «pacificación» consistió en una guerra de exterminio), las relaciones mantenidas entre caciques y grandes bandidos y cuatreros de la zona (compuestos por españoles e hijos de españoles derrotados, delincuentes y asesinos que cumplían su pena en las cárceles cuando fueron enrolados voluntariamente por el Ejercito chileno encargado de la «pacificación»…) no habían mejorado la imagen del poder centralizador chileno hacia el pueblo Mapuche, y fueron sin duda unas de las razones que motivó la represión y la ocupación militar de la zona. La existencia de unos pocos religiosos y profesores promoviendo la cultura Araucana (tal Guevara, Moesbach…) era considerada absurda, y como un peligro por el desarrollo de la región: «si ese tipo de rector no le encierran en algún manicomio es bien capaz, en cualquier momento de «mapuchada» de salir a la calle con todos sus alumnos y proclamar el araucano como idioma obligatorio para todos los que aquí vendrán o están por venir», escribía Trizano jefe de los gendarmes de la Frontera, en 1903, presuntamente a propósito del antropólogo y profesor indigenista Tomas Guevara.

Hoy día, no cabe duda que la imagen de la región de la Frontera como «un farwest» sigue en los imaginarios y sobre todo en el discurso de políticos quienes tienen claramente intereses a mantenerlo, para justificar la importante presencia de fuerzas del orden y la aplicación de legislaciones especiales. En esos tiempos, todavía no se hablaba de «infiltrados», pero ya la idea de la presencia de delincuentes y personajes con interés antipatrióticos dentro de las reducciones estaba sembrada. Con las aplicaciones de leyes de colonización y el sometimiento simbólico y físico de las poblaciones Mapuche de la región bajo el poder estatal chileno, la amenaza cambio de fisionomía, y son los actores políticos generados por el estado que van a estar acusados de aprovecharse de los «pobres e inocentes indigenas».

En enero de 1933 después de la efímera República Socialista, un articulo del Diario Austral anuncia la ocupación de terreno de la Sociedad Toltén por parte de indigenas en estos términos: «A fines de agosto del año pasado después de un meeting, donde Hipolito Mendez les habló (a los indigenas), dándoles a conocer el sistema socialista y les pidió que se apropiaron de los terrenos de la Sociedad Toltén. (…) Gran parte de los invasores son propietarios en terrenos de alrededores y son individuos que tienen medios de fortuna, y que solo desean aumentar sus propiedades y que probablemente han obrado por los consejos que le han dado personas interesadas en explotar esta situación de agitación.» Desde este momento todas las acciones indigenas de reivindicación territorial serán interpretadas por el Estado como una obscura manipulación de parte de actores políticos externos al pueblo Mapuche.

Este sentimiento, se va a amplificar con las tomas perpetradas por comunidades Mapuche y apoyado por miembros el MIR durante los años 1970. No se puede negar en esos tiempos la presencia de actores políticos cuya ideología era distinta de la perspectiva de los comuneros Mapuche. Pero no significa que los primeros manipularon a los segundos. Distintos tipos de lógicas se identificaban a un proyecto común. Los miristas consideraban la toma del fundo como una victoria de la clase oprimida sobre la burguesía y la colectivización de los medios de producciones, los obreros agrícolas participando a las tomas reivindicaban su derecho a aprovechar de una tierra que trabajaban, mientras que los Mapuche, exhibiendo sus Titulos de Merced, reafirmaban la legitimidad de la acción. El objetivo de estos últimos seguía el mismo: la recuperación de la tierra de sus abuelos.

Lamentablemente, la clase política y una parte de la sociedad chilena nunca entendieron tales demandas, considerando las tomas como resultado de la intervención y la manipulación de grupos subversivos ajenos a las reducciones. Lo que hubo como resultado una fuerte represión del ejercito en contra de los comuneros antes y después del golpe del Estado. La situación actual no es tan diferente, visto la persistencia de tales prejuicios y la represión que esta practicando el Estado. El mito del infiltrado a tomado otra figura con el fenómeno de globalización, ya que culpan a los extranjeros que estarían promoviendo una cierta forma de separatismo Mapuche (ver sobre este tema el informe N°517, del Instituto Libertad y desarrollo, uno de los servicios de propaganda del Estado chileno encargado de bajar el perfil al movimiento Mapuche).

Nos podemos acordar que unas de las primeras acusaciones en contra de los Mapuche de conspiración antipatriótica y alianza con intereses extranjeros ocurrieron durante la «pasada» de Orelie Antoine de Tounens en tierra Mapuche en los años 1860. La historia oficial dice que «el iluminado francés fue proclamado rey durante un parlamento araucano» considerándolo como un personaje excéntrico y manipulador, y minimizando las razones por cuales los caciques Mapuche, tal Kilapan, hicieron alianzas con él.

Por lo tanto, se ha demostrado que la guerra ha tenido un lugar muy importante y complejo en las sociedades indigenas, tal la Mapuche. Al contrario de la sociedad occidental, el afán civilizador y la conquista territorial no eran las principales motivaciones para practicarlas. Tanto al nivel simbólico que practico, se puede considerar la guerra como un medio de captación del Otro: adaptación de elementos materiales y ideológicos, alianzas con otros grupos con fines económicas, políticas, o matrimoniales… Así la ingeniosidad militar de los Mapuche no fue tanto su capacidad de adaptar elementos ajenos, que su estructura político-social permitiendo concretar alianzas con otros grupos, incluso el Orelie Antoine de Tounens. Las fines de los caciques indigenas seguían los mismos, la autodefensa y el mantenimiento de un territorio autónomo; la alianza con el rey de Patagonia constituía un medio para lograrlas. Para los caciques Mapuche, el rey representaba el poder, la riqueza, lo que siempre fue valorado en su cultura, pero en ningún caso significaba una relación de dominación bajo cual tenían que ser sometidos. Consideraban el rey de Araucanía, tal él de España, como el representante de una nación, un importante aliado que reconocía la existencia de un territorio y una soberanía Mapuche. La «aventura» del Orelie Antoine de Tounens en su reino se terminó apresuradamente (1862), declarado persona no-grata le expulsaron del país. Trató tres veces en regresar en territorio Mapuche para seguir construyendo su reino, pero en vano. Se cuenta que había perdido con su riqueza económica su poder. Por otra parte no había cumplido con sus promesas de tener un reconocimiento y sobre todo un apoyo internacional, lo que constituía una de las principales razones de las alianzas pasadas con los caciques Mapuche. Orelie Antoine de Tounens se convierto en la memoria Mapuche en un willawinka, un pobre winka, calificativo que apareció en la misma época y que testimoniaba de la consideración de los caciques hacia el rey destituido.

Los propósitos ocultos del mito del infiltrado o la negación de la existencia del Mapuche.

Finalmente mirando hacia la historia de las ambiguas relaciones entre pueblo chileno y Mapuche, no cabe duda que existen actitudes constantes manifestándose en la negación del Mapuche como actor social autónomo dentro de la sociedad chilena y el prejuicio de su supuesta manipulación por parte de otros sectores (chileno y extranjero). Nunca se aceptó que los Mapuche eran capaces, como cualquiera nación, de establecer relaciones económicas y diplomáticas con otros países o con organismos internacionales. Nunca se aceptó un Mapuche haciendo política para defender los derechos de su pueblo. Nunca se aceptó que un Mapuche usando jeans y viviendo en lamapurbe santiaguina pueda reclamar sus derechos ancestrales… Nunca se aceptó la cultura Mapuche en su dinamismo, su capacidad a integrar elementos ajenos en su propia cosmovisión y transformarlo en instrumento de lucha. En el imaginario nacional chileno, el Mapuche esta relegado a un pasado mítico y su existencia en el presente esta subordinada a consideraciones negativas («el Mapuche flojo y borracho») y folklóricas («un mapuchito bailando, que entretenido!» dicen los turistas chilenos de pasadita en el sur).

Parece que la sociedad Mapuche ha evolucionado mas rápidamente que la chilena y, en el contexto actual, es preocupante ver que una gran parte de esta ultima sigue negando la existencia de los Mapuche y de sus derechos. Este desconocimiento se expresa en creencias tal la del mito del infiltrado. Intereses ajenos y muy potentes estarían promoviendo un separatismo étnico cuyas consecuencias podrían transformar Chile en una nueva guerra de Yugoslavia. Nada mejor que una amenaza virtual (con internet es fácil) para vivificar la unidad de una Nación, y hacer surgir de nuevo un discurso xenófobo herencia, creo yo, de la dictadura. Las acusaciones de un diputado de derecha, Alberto Espina, a propósito de la supuesta presencia de infiltrados peruanos en las comunidades son muy relevantes. No tienen ninguno carácter real pero al menos tuvieron un impacto en la mentalidad de la opinión publica, pues corresponden a una creencia que todos los problemas económicos son debidos a la presencia de emigrantes tales los peruanos…

La repuesta del Diputado de la D.C., Francisco Huenchumilla, es también relevante de este clima de xenofobia, ya que considera que Alberto Espina «vino como los gringos que se bajan del avión y escriben un libro sobre la historia de Chile». Este tipo de discurso simplista sobre los investigadores extranjeros puede estar compartido tanto por personas chilenas que Mapuche, y al menos se acuerda irónicamente con la opinión del Premio Nacional de Historia, Sergio Villalobos, quien en sus crónicas dominicales publicadas en El Mercurio, denuncia «los políticos en busca de notoriedad, indigenistas, antropólogos que en los últimos años han abordado los problemas de la Araucanía con desconocimiento en la materia». Dando vuelta al tema principal de este editorial, recordamos que Sergio Villalobos en reiteradas intervenciones ha acusado organizaciones ambientalistas internacionales de promover un conflicto en el Alto Bio Bio (construcción de la represa Ralco); conflicto que no tendría que existir según él, visto que hoy día no existen los Pehuenche y, aun menos sus derechos como pueblo.

Tales consideraciones entran en el marco de falsas y dañosas representaciones en contra de los actores indigenas – en primer lugar las comunidades – que hoy día están reivindicando «tierra, justicia y autonomía». Se ha tratado de presentar el movimiento Mapuche como un grupito fundamentalista poco representativo y financiado por intereses ajenos. Si es cierto que existe un cierto mapuchismo, sobre todo en las organizaciones urbanas, tal tendencia no es representativa del movimiento Mapuche actual que asombrosamente ha demostrado su capacidad a integrar problemáticas y reivindicaciones cercanas de las planteadas por la sociedad civil chilena e internacional. La lucha por la justicia social, la democracia y contra el olvido, hoy día en Chile, está sin duda llevada en gran parte por las comunidades Mapuche. No se trata de un movimiento identitario recogido en sí mismo, pues logró tener la simpatía de otros sectores de la sociedad chilena mientras que guarda una especificidad indígena. En ese sentido, la reivindicación de autonomía no corresponde en un peligroso nacionalismo, pero en una voluntad de desarrollar nuevas relaciones con la sociedad no-Mapuche en cuales se puedan aceptar el apoyo de otros sectores sin que las autoridades y dirigentes Mapuche renuncian por ello a la conducción política del proceso reivindicativo. A riesgo de contradecir opiniones tal él de Villalobos, estamos frente a un pueblo vivo que logró conservar su identidad indígena y la afirma, a través de la integración de elementos ajenos. Varios «especialistas» han tratado de interpretar estos fenómenos en término de pérdida de identidad étnica, sin considerar la capacidad de una cultura de reconstruirse y seguir siendo fundamentalmente la misma, es decir indígena. Los acontecimientos de los últimos años les obligan a considerar de nuevo sus análisis sobre la sociedad Mapuche contemporánea.

El fenómeno de la globalización constituye un caso similar, ya que muchos pensaron que iba a significar la homogeneización del mundo bajo la dictadura de la civilización occidental, y el fin de las «culturas minoritarias», tal la de los Mapuche. Afortunadamente, las previsiones de los opositores a la mondialización se revelaron falsas, y aparatos tal Internet han permitido a varios pueblos indigenas hacer conocer su cultura y sus problemas al mundo entero en el fin de preservar y reafirmar su identidad indígena. La venida de extranjeros en el territorio Mapuche es probablemente una de las consecuencias de la popularidad de los Mapuche al nivel internacional. La presencia temporaria o durable de varios Mapuche afuera de su territorio originario es también otro efecto de la mondialización, y no cabe duda que tal fenómeno de circulaciones e intercambios humanos y culturales tienen impactos sobre ambas sociedades (indígena y no-indígena). Produce nuevas herramientas de resistencia, nuevas perspectivas y nuevas posibilidades de alianzas para un pueblo a la búsqueda de un reconocimiento nacional e internacional, está siendo considerada como la única alternativa a la desaparición de su cultura y su diversidad. El camino esta largo, pero hay que subrayar que sus consecuencias podrían beneficiar tanto al pueblo Mapuche como a todos los pueblos indigenas, así que al pueblo chileno y también podrían rehabilitar la imagen de un mundo occidental quien fue solamente mostrado como el fundador del etnocidio.

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